lunes, 14 de mayo de 2012

CARTA DE SANTIAGO. INTRODUCCIÓN. CONTENIDO DE LA CARTA.

   Este escrito, de carácter netamente sapiencial, se dirige a todas las comunidades cristianas, simbolizadas por las doce tribus del (nuevo) Israel, sin patria estable en este mundo (1,1).

A primera vista no se limita el autor a dar consejo o directivas intemporales, sino que alude a circunstancias concretas que reflejan la situación de alguna o algunas comunidades (2,2-3; 3,1-2; 4,13-17; 5,1-6). Sin embargo, podría sencillamente tratarse de ejemplos paradigmáticos.

                           El autor supone que los cristianos sufren contradicciones (1,2), que existían problemas de distinción de clases (1,9-10), manifestados en una indebida deferencia hacia los ricos (2,1-6a); éstos, por su parte, se portaban despóticamente, denigrando el nombre cristiano (2,6-7), alardeando de sus empresas financieras (4,13-17) y explotando al trabajador (5,1-6).

                           Existía cierta pasividad moral que echaba a Dios la culpa del pecado (1,13-15) y una religiosidad pietística que no sólo se desentendía de la ayuda al prójimo (1,19-27), sino que pactaba con la desigualdad ofensiva, toleraba la imposición de los potentes y, mientras se esmeraba en la moral sexual, ignoraba la misericordia o interés por el pobre y el humillado (2,1-13).

                           Es posible que a esto contribuyera una equivocada interpretación de los principios de Pablo. Había mantenido éste que la observancia de la Ley no realiza la rehabilitación del hombre ante Dios, sino que ésta es fruto de la fe (Rom 3,28), pero afirmando, al mismo tiempo, que la fe ha de traducirse en amor al prójimo (Gál 5,6). Los destinatarios de la carta de Santiago habían olvidado esta segunda parte y cultivaban una fe interior e introvertida, una espiritualidad verticalista, reducida a la relación con Dios (2,14-26).

                           Abundaban también los pretenciosos que se preciaban de saber y no sabían dominar su lengua (3,1-2), dejándose llevar de la rivalidad y del espíritu de partido (3,13-16).

                            No paraban ahí las divisiones: la posesividad agresiva no respetaba límites, sin renunciar por eso a una capa de piedad (4,1-3). Este espíritu del mundo se escudaba en la mala inclinación natural (4,5).

                           Una causa de división era el hablar mal del prójimo (4,11-12), y la agresividad se mostraba también en las bravatas y en la opresión y explotación del obrero (4,13-5,6).

                           Se notaba cierta impaciencia por la venida del Señor (5,6-8), falta de comprensión (5,13) y de confianza mutua (5,12). Existían en las comunidades responsables (ancianos, presbíteros, 5,14) con el don de curación (5,15); otro rito de curación se basaba en el reconocimiento mutuo de los pecados y en la oración común (5,16).

                           La carta adopta un tono sapiencial, usando comparaciones, generalmente poco originales (1,10-11.23; 3,3-6). Apenas si hace referencia a Jesús (sólo 1,1; 2,1) y nunca a su ejemplo, pasión o resurrección. A pesar de eso, el mensaje central es eminentemente cristiano, pues, como Jesús, Pablo y Juan, reduce la Ley al mandamiento del amor del prójimo, que es ley del Reino (2,8), ley de hombres libres (1,25; 2,12), ley perfecta (1,25). La carta puede considerarse una explicitación de las exigencias de ese mandamiento en diversas circunstancias: igualdad cristiana (2,1-4), preferencia por los pobres (2,5-7), amor de obra (2,14-17). La fe auténtica es un dinamismo de acción y ella misma no madura hasta que no se expresa en la acción (2,20-26), oponiéndose a toda espiritualidad y religiosidad intimista (1,26-27). Lo mismo que la fe meramente interior, también el saber que no se traduce en conducta carece de valor o es pernicioso (3,13-16). La exigencia del amor excluye la explotación, y esta carta ofrece el pasaje más violento del NT contra los ricos explotadores, siguiendo la línea profética del AT (5,1-6).

                          La separación entre las llamadas "dimensión vertical" y "horizontal" del cristianismo queda refutada por la carta de Santiago: "Lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver" (2,26), y las obras citadas en el contexto son dar de comer al hambriento y vestir al desnudo (2,15-16; cf. Mt 25,35-36).

                         El propósito de la carta fue corregir algunas tendencias equivocadas y, en particular, la de una fe introvertida que no se manifestaba en caridad fraterna. Ése es su papel en el NT; no está destinada a ser fundamento de la concepción cristiana, sino que supone conocidos los grandes escritos anteriores y precave al cristiano de una espiritualidad equivocada, que se limita al aspecto pietista y devocional.                         

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