Este escrito, de
carácter netamente sapiencial, se dirige a todas las comunidades cristianas,
simbolizadas por las doce tribus del (nuevo) Israel, sin patria estable en este
mundo (1,1).
A primera vista no se limita el
autor a dar consejo o directivas intemporales, sino que alude a circunstancias
concretas que reflejan la situación de alguna o algunas comunidades (2,2-3;
3,1-2; 4,13-17; 5,1-6). Sin embargo, podría sencillamente tratarse de ejemplos
paradigmáticos.
El autor supone que los cristianos sufren contradicciones (1,2), que
existían problemas de distinción de clases (1,9-10), manifestados en una
indebida deferencia hacia los ricos (2,1-6a); éstos, por su parte, se portaban
despóticamente, denigrando el nombre cristiano (2,6-7), alardeando de sus
empresas financieras (4,13-17) y explotando al trabajador (5,1-6).
Existía cierta pasividad moral que echaba a Dios la culpa del pecado
(1,13-15) y una religiosidad pietística que no sólo se desentendía de la ayuda
al prójimo (1,19-27), sino que pactaba con la desigualdad ofensiva, toleraba la
imposición de los potentes y, mientras se esmeraba en la moral sexual, ignoraba
la misericordia o interés por el pobre y el humillado (2,1-13).
Es posible que a esto contribuyera una equivocada interpretación de los
principios de Pablo. Había mantenido éste que la observancia de la Ley no
realiza la rehabilitación del hombre ante Dios, sino que ésta es fruto de la fe
(Rom 3,28), pero afirmando, al mismo tiempo, que la fe ha de traducirse en amor
al prójimo (Gál 5,6). Los destinatarios de la carta de Santiago habían olvidado
esta segunda parte y cultivaban una fe interior e introvertida, una
espiritualidad verticalista, reducida a la relación con Dios (2,14-26).
Abundaban también los pretenciosos que se preciaban de saber y no sabían
dominar su lengua (3,1-2), dejándose llevar de la rivalidad y del espíritu de
partido (3,13-16).
No paraban ahí las divisiones: la posesividad agresiva no respetaba
límites, sin renunciar por eso a una capa de piedad (4,1-3). Este espíritu del
mundo se escudaba en la mala inclinación natural (4,5).
Una causa de división era el hablar mal del prójimo (4,11-12), y la
agresividad se mostraba también en las bravatas y en la opresión y explotación
del obrero (4,13-5,6).
Se notaba cierta impaciencia por la venida del Señor (5,6-8), falta de
comprensión (5,13) y de confianza mutua (5,12). Existían en las comunidades
responsables (ancianos, presbíteros, 5,14) con el don de curación (5,15); otro
rito de curación se basaba en el reconocimiento mutuo de los pecados y en la
oración común (5,16).
La carta adopta un tono sapiencial, usando comparaciones, generalmente
poco originales (1,10-11.23; 3,3-6). Apenas si hace referencia a Jesús (sólo
1,1; 2,1) y nunca a su ejemplo, pasión o resurrección. A pesar de eso, el
mensaje central es eminentemente cristiano, pues, como Jesús, Pablo y Juan,
reduce la Ley al mandamiento del amor del prójimo, que es ley del Reino (2,8),
ley de hombres libres (1,25; 2,12), ley perfecta (1,25). La carta puede
considerarse una explicitación de las exigencias de ese mandamiento en diversas
circunstancias: igualdad cristiana (2,1-4), preferencia por los pobres (2,5-7),
amor de obra (2,14-17). La fe auténtica es un dinamismo de acción y ella misma
no madura hasta que no se expresa en la acción (2,20-26), oponiéndose a toda
espiritualidad y religiosidad intimista (1,26-27). Lo mismo que la fe meramente
interior, también el saber que no se traduce en conducta carece de valor o es
pernicioso (3,13-16). La exigencia del amor excluye la explotación, y esta
carta ofrece el pasaje más violento del NT contra los ricos explotadores,
siguiendo la línea profética del AT (5,1-6).
La separación entre las llamadas "dimensión vertical" y
"horizontal" del cristianismo queda refutada por la carta de
Santiago: "Lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver, también la
fe sin obras es un cadáver" (2,26), y las obras citadas en el contexto son
dar de comer al hambriento y vestir al desnudo (2,15-16; cf. Mt 25,35-36).
El propósito de la carta fue corregir algunas tendencias equivocadas y,
en particular, la de una fe introvertida que no se manifestaba en caridad
fraterna. Ése es su papel en el NT; no está destinada a ser fundamento de la
concepción cristiana, sino que supone conocidos los grandes escritos anteriores
y precave al cristiano de una espiritualidad equivocada, que se limita al
aspecto pietista y devocional.
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