El autor se da el nombre de Santiago, sin más especificaciones que la muy genérica de siervo de Dios y de Jesucristo (1,1). Tal concisión supone un personaje bien conocido, que no puede ser otro sino el hermano o pariente del Señor (Mc 6,3; 1 Cor 15,17; Gál 1,19; 2,9.12; Hch 12,17; 15,13; 21,18; Jds 1), que dirigió la asamblea de Jerusalén (Hch 15,13), y murió mártir el año 62. Sin embargo, el estilo refinado del griego de la carta hace improbable que haya sido compuesta por un judío de Jerusalén. Por otra parte, la controversia contra ideas de Pablo deformadas (2,14-26) supone un lapso de tiempo considerable entre la Carta a los romanos y este escrito, mientras Pablo se encontró con Santiago en Jerusalén después de haber escrito la carta a los Romanos (Hch 21,18). El autor parece hacer sido un judío helenista de fines del siglo I, entre los años 80 y 100, que conocía tradiciones provenientes de Santiago, como lo prueban los numerosos paralelos con pasajes evangélicos.
De hecho esta carta no se encuentra citada antes del Siglo III y su aceptación por parte de las iglesias fue lenta. En Occidente no fue considerada canónica hasta fines del Siglo IV, en los sínodos de Roma (382) y de Cartago (397).
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